Me puse mis bragas negras de encaje, me quedaban apretaditas, de tal forma que apretaban mi pene y aunque estuviera erecto no se levantaba más allá de un bultito pequeñito. Continué con mi corsé también negro. Lo ajusté haciéndome una cintura fantástica. Después me puse encima mi vestido celeste que marcaba bien aquellas líneas que me había hecho, y mis zapatos de tacón alto que hacían que levantara mi colita al caminar. Me peiné y continué con el maquillaje. Quedé irreconocible. Ya no era Miguel, era Melany. Estaba lista. Tomé mi bolso, donde llevaba algo de dinero, condones y lubricante. Estaba dispuesta a pasarla bien. Tomé valor y salí de la habitación. Creí que me sentiría nerviosa, pero cuando llegó el momento no me importó que me vieran salir convertida en una mujer. Los trabajadores del hotel me vieron con discreción. Imagino que han de estar acostumbrados a ver estas cosas. No me importaba, no pensaba en ello. Solo pensaba en mi destino. Llegué al estacionamiento, me monté en mi vehículo y arranqué. Después de diez minutos llegué al cine para adultos. Era el momento. Me aparqué, tomé mi bolso y me bajé del automóvil. Cuando llegué a la boletería, una mujer me dio las buenas noches. Yo le contesté de la misma manera educada y pagué por mi entrada. Entré nerviosa y excitada mientras caminaba por el pasillo, pues podía escuchar los gemidos de la pareja que en la película estaba teniendo sexo. Yo había calculado llegar a media tanda, y en efecto, así era. Llegué a la puerta del teatro, abrí y en ese rincón totalmente obscuro me detuve un instante para observar hacia dentro: la luz de la pantalla iluminaba a medias a las personas en sus lugares y supe que no estaba tan lleno como lo imaginé, pero era lo que quería. Había treinta personas tal vez. Todos eran hombres… Salí de la obscuridad de la puerta y justo como lo pensé… fui observaba por todos ellos… No quise sentarme todavía, quería pavonearme un poco más antes de hacerlo. Caminé hacia el baño que estaba en un rincón opuesto de la sala. Mientras subía la escalera. Sentí la mirada lasciva sobre mis nalgas. Entonces mi fantasía comenzó a hacerse realidad. Una enorme mano me apretó una nalga. Yo volteé a ver y un hombre me dijo entre dientes “qué rico”. Yo acerqué mi cara a la de él y me atreví a decirle “espera un ratito más si quieres comértelo”. El hombre acarició mi cuello y me sonrió. Seguí caminando. No podía creerlo. Fue fascinante. Tenía mi pene erecto y mi ano palpitando. Necesitaba empezar a hacer aquello por lo que había llegado. Mi excitación fue mayor cuando llegué a los asientos de atrás y justo allí un hombre se estaba masturbando. Me miró con deseo y no pude evitarlo. Le hablé.
–Qué rico, eso mi amor.
–¿quieres?
–Si quiero –Me senté a su lado. Me hice el cabello hacia atrás y él quitó su mano de su miembro, porque quería mi boca. Yo humedecí mis labios y estaba a punto de metérmelo cuando recapacité–. No la mamo sin condón –le dije.
El hombre se vio decepcionado pero aceptó. Saqué uno de mis condones. Lo abrí y se lo puse en el miembro. Cuando empecé en ese momento a saborear la punta, sentí que era acariciado por alguien a mi espalda y de pronto me abraza. Yo no estaba propiamente sentada sino que mi cadera estaba apoyada sobre el cojín del asiento, así que mis nalgas estaban justo en dirección del regazo del hombre que me había abrazado.
–Me dijiste que esperara –me dijo el hombre que había llegado de repente-, pero no pude hacerlo.
Me sentía mal, porque le había prometido algo a ese macho, sin embargo yo estaba allí, empezando con otro. Pero ahora estaba dispuesta a empezar de una vez.
–Acaríciame –le di un pequeño beso en la boca y proseguí con mi otro hombre que ya se veía desesperado porque su pene se movía y se movía. No lo hice sufrir más y engullí su miembro. Mientras lo hacía, el otro me besaba en el cuello y me acariciaba las piernas, las nalgas y por encima de mis bragas mi pene duro. Yo me sentía volar. Estaba extasiada. Mi ano palpitaba muchísimo. Él hombre que me acariciaba me subió el vestido y sin este acarició mis nalgas. Haló un poco de mi braga y entonces lo detuve. Necesitaba explicarle las reglas del juego.
–Esta hembrita rica no se va a dejar coger sin condón –se adelantó a decir el hombre al que yo agasajaba con mi boca.
Este también se vio decepcionado por un momento, pues ya tenía su pene fuera, chorreando su líquido transparente y listo para metérmelo. No miento al decir que de verdad quería saborear ese líquido, pero debía ser responsable. Compuse mi vestido y me senté correctamente entre mis dos hombres mientras sacaba otro condón.
–Antes te la voy a mamar también –le dije.
El hombre asintió y me besó al momento que encapotaba su falo. Fue un sabroso beso. Sus labios húmedos me apretaban con fuerza y me estremecían. Luego se recostó contra el espaldar de su asiento y el otro hombre también me besó. Su beso fue con lengua y mientras lo hacía acariciaba mi nuca. Ambos fueron suculentos. Me levanté y les pedí que se sentaran juntos para que yo en cuclillas les diera placer. Y así fue. Mientras se la chupaba a uno, le acariciaba el pene y los testículos al otro, y luego pasaba a darle placer a este y acariciaba al otro. Así estuve hasta que un hombre me levantó con delicadeza:
–Danos ese culito ya, por favor, mi amor, ¿sí?
Yo le dije que sí y este me bajó lentamente la bragueta. Mi pene saltó a su cara e hizo lo que yo no me había atrevido a hacer. Me la mamó sin condón. Yo lo estaba disfrutando de tal manera que no podía creer de lo que los estaba privando. Aún tenía en mi mente la imagen del pene de este chorreando el dulce néctar y aún quería beberlo.
–¿Ves que así es más rico? –en una pausa él me lo dijo.
–Sí, mi amor, discúlpame –le dije.
–Por favor, preciosa. Mámala sin condón, ¿sí?
–No puedo, no puedo –decía en verdad sufriendo, pues él estaba tratando de convencerme con una deliciosa chupada.
Noté que en ese momento el otro hombre, que era al primero que se la mamé, no se notaba cómodo con la idea de chupar un pene.
–¿Qué pasa, cariño? –le pregunté.
–Es que creía que eras mujer… –me sorprendió. También el otro hombre se veía impresionado. Por un lado me sentí halagada, pues mi transformación había sido muy buena; pero por otro me sentí triste, había dejado de ser deseada. Sin embargo, no quería rendirme y me propuse endulzarle el oído. Me senté en las piernas de mi hombre más atrevido, y sin percatarme había dejado mi ano peligrosamente a su merced, pero me enterneció que él detuvo su excitación solo para mantenerme abrazada.
–Dime, mi amor –me dirigí a mi repentino tímido hombre–, ¿no te gustó la mamada que te di?
Él se sinceró al decirme que no había sentido nada con el condón y que se sentía incómodo. Su fantasía era cogerse a una desconocida en un cine porno, pero no lo había logrado. Jamás se imaginó que yo era un travesti.
–Es muy extraño ver una mujer por acá –le explicó el otro–, yo por eso supe apenas vi a este bizcocho que no era una mujer.
–Sí soy una mujer –le dije en realidad jugando.
–Para mí sí, mi amor –me calló con un beso delicioso.
El repentino tímido hombre se quitó el condón. Guardó su miembro. Se disculpó y se levantó. Se había ido. Lo que yo sentí en ese momento fue natural. Estaba triste porque mi fantasía terminaría si dejaba que el hombre que me estaba abrazando se fuera también, así que me atreví a preguntarle:
–¿A ti tampoco te gustó la mamadita?
En efecto me dijo que no había sentido nada físicamente hablando, pero que, sin embargo, le había excitado la idea de tener su miembro en mi boca. Yo lo abracé y no dije nada. Estaba segura que no podría satisfacerlo si no le quitaba el condón, pero no quería atreverme. Sentía miedo. Mientras yo pensaba, él me acariciaba suavemente las nalgas. Me pareció hermoso. Me sentía como una chica con su novio. En ese instante su mano comenzó a meterse más al centro de mis nalgas y uno de sus dedos me tocaba superficialmente el ano. Suspiré. Sentía riquísimo y muy despacio le besé en el cuello.
–Quiero culiarte –me dijo
En ese momento me metió uno de las falanges de sus dedos. Me gustó que lo hiciera aunque me doliera un poquito.
–Con condón está bien –continuó hablándome al oído.
No le contesté.
–Se nota que sos nueva en esto –me dijo–, por eso no voy a insistir.
–No vas a sentir rico –le contesté.
–Sí voy a sentir rico, mi amor, te lo prometo.
Esta vez fui yo quien lo besé. Me animé de nuevo, pero no podía quitarme la idea de que no lo estaba satisfaciendo como debía ser. Yo sabía que para sentirme plena debía darle todo el placer que pudiera a este hombre. Aún tenía miedo y mi corazón latía fuertemente. Hice algo que no imaginé, lentamente deslicé el condón de aquel enorme falo y lo descubrí por completo. Me bajé del regazo de mi hombre y volví a contemplar su miembro, esta vez con todos sus detalles, al natural: era grande y muy venosa, gruesa, grande y jugosa, cubierta de todo aquel líquido preseminal que lo delataba, estaba listo para penetrarme, pero todavía no… todavía le debía algo a ese espectacular pene y lo hice, sin condón me lo metí a la boca, despacio, saboreando cada instante, primero el glande, lo chupé hasta dejarlo seco de todo el jugo, pero luego se volvía a mojar, y me lo volvía a tragar, luego seguí con mi lengua lamiéndolo todo hasta llegar a sus testículos. Eran hermosamente grandes, peludos. Los lamí con ternura, y me correspondieron el cariño dándome más liquido preseminal, que con gusto tomé. Yo lo estaba disfrutando mucho más que al principio, y lo miré a él, también se sentía en éxtasis, su quijada temblaba y cerraba con fuerzas sus párpados. Lo estaba logrando, al fin estaba logrando satisfacer a un macho. En ese momento vi que mi braga que estaba en la otra silla mi hombre la tomó y la olió y se la pasaba por la cara. Esto que hizo me excitó más y me hizo dejar la delicadeza, engullí su miembro y con rapidez se la chupé. Yo me la metía hasta el fondo y sentíamos cómo abría mi garganta. Entonces ocurrió… Él eyaculó en mi boca. Por un instante quise tragármelo todo, pero si no lo hice no fue porque quise hacer algo más atrevido: con el semen en mi boca lo besé desenfrenadamente. Lo compartimos de esta manera y así ambos tomamos de la sabrosa leche.
–¿Puedo quedármelo? –me mostró mis bragas.
–Tengo que llevármelo puesto para que no se note mi paquete –le dije.
–Comprendo. Sabés, estuvo deliciosa la mamada. Gracias.
–Sí, pero aún falta que me culíes –le dije preocupada porque su pene dejó de estar duro después de haber descargado toda la gran cantidad de semen que me obsequió.
–Claro que sí, no te me vas a salvar –rió.
–No quiero salvarme. Quiero que me rompás el culito. Es todito tuyo para que lo hagas –le susurré al oído.
Mi amante volvió a reír y propuso que mientras recobraba energías miráramos la película. Yo le dije que sí y me senté de nuevo en sus piernas. Le pedí las bragas para ponérmelas, porque quería que cuando él se calentara de nuevo me las quitara otra vez, era algo que me había encantado. Nos dispusimos a ver la película, pero la verdad lo que estábamos viviendo allí era más excitante que apenas poníamos atención. Preferíamos vernos a los ojos, a los labios, besarnos, vernos de nuevo y sonreír como cómplices en la obscuridad. En ese momento nos dijimos los nombres. Él se llamaba Carlos. Para entonces, la treintena de hombres que estaban allí ya se habían percatado de nosotros, la pareja caliente de los asientos traseros. En el momento que yo se la había mamado a los dos hombres, ya todos sabían lo que estábamos haciendo allí. Desde nuestros lugares vimos que cuatro parejas más nos imitaban, vivían lo suyo en sus asientos y conforme pasaba el tiempo más parejas se formaban. Tenían sexo allí mismo o preferían irse al baño. Esto último lo sé porque lo vi luego. Me disculpé con mi hombre, tomé mi bolso y me levanté porque necesitaba orinar.
–No tardes, mi amor –me dijo.
–Cuida mi asiento –sonreí.
Caminé hasta el baño y entré. Todo estaba a media luz y se escuchaban los quejidos de las parejas teniendo sexo detrás de cada puerta. Me pareció que todo este cine era un paraíso lleno de felicidad porque todos eran libres de satisfacerse como quisieran. Yo más que nadie, estaba feliz. Me vi en el espejo y volví a sentirme bella, una mujer.
–Hola, preciosa –me dijo un hombre.
–Hola, guapo –le dije.
Y en verdad era guapo. Era más fornido que el hombre que me esperaba, y tenía un cuerpo increíblemente velludo.
–Pareces toda una muñequita.
–Y tú pareces un osote –le acaricié el pecho.
–Y la tengo tan grande como uno. ¿Quieres verla?
–Espérame, mi amor. Me estoy orinando –le dije cuando se abrió la puerta de una pareja feliz. Yo entré y él me siguió. Sinceramente, me puse nerviosa pero a la vez muy excitada.
–Anda orina. Quiero vértela.
Lo que dijo me pareció gracioso. Pero lo hice, saqué mi pene y oriné. Mientras lo hacía él también sacó su pene y orinó. Era inmenso, más que la de Carlos.
–¿Te gusta? –me preguntó.
Yo asentí mordiéndome los labios.
–¿Te la meto, preciosa?
Entonces me sentí en un lío. Mi culito todavía no había comido un pene, pero pensaba que Carlos debía ser el primero en ser agasajado.
–Te voy a ser sincera –le dije–, hoy todavía no he culiado, pero estoy con alguien ahorita y quiero que sea él el primero que me la meta, aunque la verdad no quiero dejar ir esta vergota –comencé a masturbarlo, y él a mí, porque no me había guardado el pene.
–¿Entonces qué hacemos, amor? –me preguntó.
–¿Tú viniste con alguien?
–Sí, con un amigo.
–¿Te lo estás cogiendo?
–No. Él y yo somos activos y vinimos buscando una hembrita como tú –en ese momento me besó.
No pude controlarme, ni él, nos masturbamos más rápido y nuestras manos se mojaron del jugo transparente. Me chupé los dedos. Me agaché y comencé a mamárselo. Sentí que era hora. Necesitaba ser penetrada.
–¿Dónde está tu amigo? –le dije.
–Afuera.
Me levanté. Guardé mi pene y le pedí que me siguiera. Él guardó su pene y me obedeció. Antes de salir completamente del baño otro hombre me manoseó una nalga, yo me detuve, lo besé y le masajeé el paquete que lo tenía durísimo mientras él me seguía manoseando la nalga. “Bye”, le dije, y me marché tomando la mano del hombre del baño.
–¿Dónde está tu amigo? –le pregunté.
–Allá –lo señaló. Le hizo una seña de que se acercara y así lo hizo. Nos presentamos. Su amigo se llamaba Julio y él se llamaba Matías. Me sentí excitadísima y quería regresar con Carlos junto a mis nuevos “amigos”.
–Melany quiere que la cojamos con ella junto a un amigo –le dijo Matías a Julio.
–Con gusto –respondió él.
–Caballeros, síganme –les dije.
Fuimos hasta el asiento de mi hombre y al verlos se sintió nervioso, pero pronto se tranquilizó cuando le bajé la bragueta, le saqué el pene y se la comencé a chupar. Ya sabía cómo era que le gustaba y me sentía increíble por saberlo. En ese momento Matías me subió el vestido y me bajó la braga solo lo suficiente para exponer mi culito. Lo besó con ternura y luego pasó su lengua de modo que me hizo estremecer. Luego Julio se hizo espacio entre los asientos y entró de modo que quedó frente a mí. Yo tenía la boca llena pero quería lo que él se estaba sacando. Mientras, estaba disfrutando mi bocado y el sensacional beso que Matías me estaba dando en la colita. Luego dejó de hacerlo, no sentí nada por tres segundos, pero de inmediato sentí su glande mojado encima de mi ano. Recordé que quería que Carlos fuera el primero que me la metiera, pero dejé de darle importancia al orden. Vi a Matías y le sonreí. Él comprendió que yo quería que siguiera adelante, pero necesitaba decirle que tenía que ser con condón, pero la verdad estaba enloquecida por sentir el contacto directo de su pene. Me aparte un instante, me levanté, me bajé la braga yo misma y en ese momento me percaté de que ya casi nadie le prestaba atención a la película, sino que con discreción nos miraban a nosotros. No sabía cuánta libertad había en este lugar para hacer lo que quisiéramos, pero yo estaba demasiado caliente y deseaba seguir desnudándome, por completo. Quería también que ellos lo hicieran, quería ver sus cuerpos sin nada de ropa y besarlos y acariciarlos por completo. Matías me agarró por la espalda, me besaba la nuca y pasaba su pene sobre toda la línea de entre mis nalgas. Lamia mi cuello y acariciaba mi pene. Julio se calentó más y comenzó a masturbarse. Me di cuenta que no se la había mamado y me acuclillé hacia él y se la mamé, parecía que había escapado del pene de Matías, y así era, pues todavía me sentía nerviosa para ser penetrada. Julio era una fiera, tomaba con fuerza mi cabello y me movía a su voluntad. Su pene era pequeño pero era el más grueso de los tres ellos. Carlos acercó su pene y me turné para mamársela a ambos. Luego Matías se acercó y ahora yo me dividí en tres. Mientras se la mamaba a uno, masturbaba a dos. Cinco segundos a cada uno, y luego iba al siguiente. Así hasta que Matías me levantó. En verdad él era el que más ganas tenía de culiarme, y yo me preguntaba si accedería a hacerlo con condón. Me volteé hacia él y se lo pregunté.
–Claro, mi bizcochito –me dijo sin ninguna complicación.
Yo quedé anonadada, pues ahora el problema era cómo me comía ese gran trozo de carne. Matías tomó lubricante y se echó un poco en los dedos de una mano. Me abrazó por la cintura con la otra mientras que con uno de los dedos mojados hurgó en mi culito hasta que de una vez me metió todo el dedo. La excitación tenía dilatado mi ano, y sumado a esto el lubricante y no me dolió nada que me metiera otro dedo y otro más. Sus tres dedos entraban y salían de mi caliente agujerito. Yo besaba a Matías mientras él hacía lo que hacía para hacerme sentir plena y feliz. Tomé su colosal pene con mi mano y lo masturbé. Quería llevármelo de nuevo a la boca, pero estaba gozando los dedos de ese hombre. Volteé ver a Carlos y Julio y se masturbaban.
–Ya, Matías, culiame, por favor –le dije.
Él sacó sus dedos, Me acomodó entre los asientos y me besó el ano. Me encantaba que lo hiciera. Estaba tan extasiada que ni cuenta me había dado cuando ya tenía su glande dentro de mí. Ni siquiera me había dado cuenta que me había hecho trampa. No se había puesto el condón, solo se había echado lubricante. Quería detenerlo, pero estaba sintiendo riquísimo. Sentía tanta culpa y a la vez tanto placer. Dejé de pensar en todo cuando Julio me metió su grueso pene en la boca, lo hizo a tiempo porque si no yo hubiera gritado cuando Matías me rempujó toda su verga. Mi baba se deslizó por los costados de mis labios. Estaba sometida, con la boca y el ano lleno, no podía hacer nada. En ese momento empezó el paraíso. Matías comenzó a metérmela y sacármela con lentitud. Sentí que me desmayaría del placer. Tomé a Julio de las nalgas y lo hice mover más rápido en mi boca, como deseando que así de rápido se moviera Matías, y así lo hizo. Matías comenzó a destruir mi ano con un vaivén feroz y encantador. Mi ano lo estaba disfrutando. Yo lo estaba disfrutando hasta el delirio. Le tomé el rabo a Carlos y como apoyándome de su miembro tomé fuerza para ser liberada del rabo de Julio, pues ahora quería a Carlos en mi boca. En ese momento Julio le dijo a Matías que no eyaculara en mi culo, porque no quería su semen en su pene. Matías asintió, siguió dándome más y después de un momento la sacó. Yo dejé de chupársela a Carlos, para decirle a Matías que no eyaculara en mi vestido y entonces se dirigió a mi cara. Julio aprovechó para tomar mi ano, que ya no era un culito sino un culo grande y muy abierto, pero me encantaba así, pues no sentí ni una pizca de dolor, solo placer. Julio ni siquiera tuvo que echarse lubricante pues Matías ya había abierto mi camino con una gran cantidad de este líquido, y yo no quería decirle para que no se me echara para atrás, pero yo sospechaba que parte de ese líquido era también semen. Dejé que Julio disfrutara sin saberlo. Me levantó la colita a su altura, y me la metió toda. Yo gemí, porque esta vez no tenía un pene en mi boca. Carlos se apresuró a callarme con su buen pedazo de carne. Mientras ambos me daban placer, Matías se acuclilló y masajeaba mi pene. Sentía que me quería hacer eyacular, luego comenzó a chupar mi pene. Me sentí una vaquita ordeñada y quise reír, pero no podía con mi boca llena. Era divino todo aquello. Tres hombres dándome placer hasta el cansancio en un espacio pequeño entre las dos hileras de sillas. Miré de reojo a mi alrededor y vi una excepcional orgía. Absolutamente todos en el cine estaban teniendo sexo. Julio sacó su pene y nos hizo levantar a Matías y a mí. Luego yo me agaché rápido porque sabía que su semen ya venía, solo lo masturbé un poco y lo echó en mi cara. Rápidamente mi colita fue de nuevo levantada. Carlos me había tomado para ahora metérmela él, ese su pene tan hermoso cubierto de venas y palpitante. Me la metió y comenzó su vaivén. En ese momento me di cuenta que el pene de Matías se estaba levantando de nuevo, pero yo sinceramente no se la quería mamar, no después de que estuvo en mi ano. Así que me detuve y me acosté en el piso, debajo de Carlos, para ocupar mi boca en sus labios mientras me penetraba de frente, así ya no se la chuparía más a Matías o a Julio. Carlos terminó de acomodarse y me la metió y tal como yo quise nos besamos mientras él poseía mi ano. Esta posición fue muy especial, me hizo desear de nuevo la desnudez de nuestros cuerpos, pero esta vez me imaginaba sola con Carlos, y nadie más. Podría decirse que estoy loca, pero me sentí enamorada por un instante de este hombre. Le hablé al oído y le pedí que eyaculara dentro de mí. Él me dijo sí mi amor, y continuó. De verdad, de verdad, me sentí enamorada. Con el rabillo del ojo miré a Julio, él también estaba erecto. Ambos, Julio y Matías estaban con sus vergas duras, pero yo estaba llegando a mi límite, sentí que mi culo comenzaba a arderme. Me abracé fuertemente a Carlos y él me avisó que ya pronto eyacularía. Lo hizo. Llenó de leche mi destrozado ano. Se detuvo y me besó en el cuello. Yo estaba encantada pero ya no podía más, conforme Carlos se fue levantando yo me acomodaba el vestido y me levantaba con él. Vi mi braga y me la puse sin alzar a ver a Julio y Matías.
–¿Por qué te pones el calzoncito? –dijo Matías.
–Ya debo irme –saqué un pañuelo y me limpié la cara.
–Estuvo mi rico, corazón lo que hicimos –Matías guardó su pene y me beso en los labios.
Julio también guardó su pene y sacó su teléfono. Me pidió mi número y yo se lo di. Me dio un beso también y se marcharon primero. Yo me senté un momento al lado de Carlos quien todavía tenía el pene afuera. Me dijo que le fasciné, que era una hembra espectacular. Yo lo abracé y en ese momento que me ladeé sentí su semen resbalar fuera de mi ano y mojar mi vestido. También me pidió mi número y se lo di. Me ofreció hacerme el amor de nuevo, pero que le gustaría hacerlo a solas, en una habitación de hotel y completamente desnudos. Era lo que yo había fantaseado y acepté, pero no tenía idea de que él se refería a ese momento. Me lo dijo y no supe qué decir. Mi ano me dolía, pero la idea de hacer el amor tal y como quería me hizo pensar en seguir.
–Sinceramente, por hoy estoy satisfecha –le guardé su pene con cuidado de no lastimarlo con la bragueta, pues él no usaba ropa interior.
–Prométemelo que otro día.
–Sí, mi amor –lo besé otra vez y me levanté.
Él se levantó y me acompañó hacia la salida. Mientras caminábamos por todo el cine vimos que la orgía continuaba. En el camino fuimos manoseados. Era delicioso que halaran de mis nalgas y que yo sintiera la humedad entre estas, el lubricante y el semen. Llegamos a la salida, y nos dimos un último beso antes de que cada uno se subiera a su vehículo. Conduje feliz, dirigiéndome a mi hotel. Llegué y antes de bajar, retoqué mi maquillaje y me peiné un poco. Subí a mi habitación, tomé un baño y descubrí que mi ano seguía y seguiría dilatado. Salí del baño y me acosté desnuda, y algo fascinante me ocurrió, mi ano ya no me dolía y al venir el recuerdo de la noche, me excité de nuevo, busqué mi consolador en forma de pene, lo lubriqué y comencé a masturbarme. Mi teléfono sonó y contesté. Era Carlos, me quería dar las buenas noches. Me repitió que la había pasado increíblemente y que aún seguía excitado. Le dije que yo también, que quería que él viniera a mi hotel para seguir haciendo el amor. Él entusiasmado me pidió la dirección y me dijo que no tardaba. Colgamos la llamada. Yo guardé mi consolador y busqué un nuevo atuendo para esperar vestida de forma sexi a mi macho que quería eyacular por tercera vez en la noche…
Esperé media hora y sonó el teléfono de la habitación, era recepción diciéndome que un amigo mío llamado Carlos estaba allí, que si lo recibiría. Yo dije que sí, y al cabo de un minuto sonó la puerta. Abrí. Era él, mi hermoso Carlos. Me miró y me dijo: qué sexi estás. Yo le agradecí con una sonrisa. Esta vez toda mi ropa íntima era roja, mi hilo dental, mis media, mi liguero, mi sostén y mi babydoll. Y también había retocado mi maquillaje. No esperamos más, nos besamos apasionadamente, usamos nuestras lenguas y a veces lo mordía en los labios. Nuestros penes se endurecieron y los manoseamos. Él me quitó el babydoll y yo le quité la camisa. Me quitó el sostén y me chupó las tetillas. Yo le quité la faja y el pantalón y allí estaba de nuevo su vergota gruesa y venuda. Me agaché para mamársela toda, hasta el fondo de mi garganta. Yo no quería sacármela de allí, me sentí feliz atragantada con su miembro. Él me levantó y me llevó a la cama, allí me quitó el hilo dental, me abrió las piernas y comenzó a besarme el culo usando su lengua, metiéndomela hasta el fondo. Qué delicia. Sentía morir de lo rico que estaba sintiendo. Saqué el consolador debajo de mi cama y comencé a chuparlo. Él se subió y me lo tomó, quiso metérmelo en el ano, pero no pudo. Yo le dije que aunque tenía el culito abierto estaba sequito y le dije que en la gaveta estaba el lubricante. Carlos lo tomó y lo echó en el juguete. Me pidió que hiciéramos un 69, se acostó y yo me acosté encima de él de cara a su rabo. Mientras se lo mamaba, Carlos le daba placer a mi agujerito, alternando entre sus besos y la punta mojada del pene de goma. De pronto sentí que comenzó a metérmelo mientras me chupaba el pene. Yo no pude seguir mamándosela, porque estaba en éxtasis de placer. Carlos me hizo recordar que se la siguiera chupando y lo hice, pero el gusto que estaba teniendo en mi cola no me permitía concentrarme. Carlos me la estaba metiendo y chupando con rapidez y así de rápido eyaculé en su boca y él se bebió hasta la última gota de mi semen. Mi experiencia masturbándome en el pasado me había demostrado que una vez que yo eyaculaba mi ano me dolía y ya no podía seguir metiéndome el consolador, y era lo que estaba pasando. Me estaba doliendo mucho y se lo dije. Carlos se detuvo y yo me acosté a su lado. Me dijo que ya estaba cerca de eyacular, que aguantara un poco más. Yo le dije que sí, se lo merecía por todo el gusto que me había dado. Se puso más lubricante y empezó a empujar su pene esta vez de frente a mí. En verdad me estaba doliendo muchísimo, y me quejé más y más, hasta que le dije que ya no podía. Él me decía estoy cerca, estoy cerca, y entre todas esas veces que me lo decía pasaría media hora dándome por el culo, estaba desecha. Me ardía, y a la vez me sentía débil, no podía mover mi cuerpo. Carlos se quitó de encima de mí y con su fuerza me volteó y me acomodó de perrito, entonces me volví a excitar, porque me di cuenta de algo, estaba a la merced de un hombre que al que yo le encantaba como hembra. En toda la noche no me había sentido más halagada. Ese pensamiento hizo que mi dolor desapareciera y hasta me hizo tomar de nuevo fuerzas. Me moví para él ayudándole a rempujármela más y más. Entonces ocurrió algo fantástico por primera vez en mi vida, tuve un orgasmo anal. Mi propio y destruido culito me había provocado una sensación fantástica en todo mi cuerpo, y de este modo perdí hasta la última gota de energía. Mi posición de perrito se derrumbó y quedé con el rostro en la almohada, pero mi colita todavía estaba arriba y siendo castigada y a la vez premiada por el enorme pene de mi amante. Mi culito me dolía pero ya no como la primera vez. El agujero que tenía era fenomenal, como no lo había tenido nunca, y ya no había ni un poco de fricción. Carlos sacó su pene, se lo secó con mi sábana y también secó dentro de mi ano. Pude sentir sus cinco dedos limpiándome. De inmediato volvió a metérmela y esta vez sí sentí un poco la fricción, y de pronto y de nuevo todo mi agujero inundado de ese sabroso líquido de su semen. Me soltó y mi colita cayó junto a todo mi cuerpo y Carlos se derrumbó a mi lado. Nos besamos y nos acariciamos hasta quedarnos dormido. Al amanecer, vi a mi hombre todavía durmiendo placenteramente. Me levanté para hacerle un café y llegué a dárselo. Él ya estaba despierto esta vez. Se levantó, me abrazó y me pidió que fuera su mujer. Yo acepté diciéndole que todavía era discreto en esto. Que podíamos seguir siendo amantes a escondidas. Me dijo que sí, y desde entonces cada vez que tenemos ganas, nos miramos en ese hotel y hacemos el amor. Es una relación liberal, él lo sabe, porque también de vez en cuando cojo con mis otros dos amores, Julio y Matías.